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El vínculo incondicional que se
genera en una relación entre hermanos es difícil de explicar, comprender y
vivenciar. Un hermano, ya sea de "sangre" o "del corazón"
ocupa un lugar significativo en la vida de una persona. En la convivencia con
los hermanos nuestro hijos aprenden asumir múltiples roles: un hermano es a la
vez un amigo, un rival, un confidente, un ejemplo a seguir o un consejero, un
compañero y un oponente.
Siempre será una relación especial, rica y compleja en la que se basa, en gran parte, las posteriores relaciones que nuestros hijos tendrán.
Pero porque se pelean tanto?
Nuestros hijos se pelean por muchos motivos: Para divertirse, para desahogarse, para conseguir atención, para defender sus derechos, para herir o sencillamente para demostrar que se tiene el control. Y en todas estas circunstancias es absolutamente normal que los niños recurran a las peleas. Saben que tendrán severas consecuencias, que serán castigados pero… es igual. Insisten en molestar y hacer desesperar a sus hermanos de todo modos. El problema no son sus peleas y pataletas sino… ¡tu reacción ante ellas! Estás cansado de todo el día, decirles que no se peleen, de escuchar insultos y gemidos … y te preguntas abatido si estás educando bien a tus hijos. Esta sensación de inseguridad, de impaciencia y de excesivo control es realmente el problema, no la relación entre ellos, que es absolutamente normal.
Ayudarlos a llevarse bien mientras crecen es uno de los retos más importantes que enfrentas como mamá y papá. Estos consejos pueden enseñarte algunas estrategias para manejar los conflictos entre hermanos y a fortalecer el vínculo entre tus hijos.
Realiza un trabajo de prevención de conflictos. Adelantarte a los posibles conflictos es una cuestión de proponértelo y actuar en consecuencia. Procura que estén claras, para todos los miembros de la familia, las normas, responsabilidades y concesiones. De esta manera lograrás reducir notablemente las peleas o malos entendidos que pudieran surgir entre los hermanos.
Resta dramatismo: acepta los conflictos, no los sanciones. Hagas lo que hagas, el conflicto entre hermanos es un elemento inevitable de la vida familiar. Sin embargo, puedes colaborar notablemente en la relación entre tus hijos si les haces entender que es normal enojarse de vez en cuando, incluso con las personas que más queremos. Además puedes proponerles la búsqueda de maneras para expresar sus pensamientos y sentimientos personales para compartirlos. De esta manera, les alivianarás la culpa que podrían sentir por haberse enojado y los orientarás en la búsqueda de soluciones.
Permite que se cuiden entre ellos. En oposición a la relación entre padres e hijos, en la relación entre hermanos es necesaria la generación de un consenso, lo que no siempre es fácil de obtener. Para ello, debes dejar que tus hijos experimenten por sí mismos. Una buena forma de hacerlo es permitiendo que se cuiden entre sí. Si bien las posibilidades dependerán de la edad de los niños, puedes probar con dejarlos volver solos de algunos lugares, que vayan juntos a comprar algo para el almuerzo o que realicen cualquier actividad que los una y que les permita robustecer sus responsabilidades.
Fomenta situaciones y actividades que motiven el compartir. Las relaciones se construyen, y para su construcción, requieren de momentos placenteros compartidos. Realiza viajes o paseos en familia, promueve la práctica de algún deporte o planifica cualquier actividad que motive el compartir.
Evita compararlos. Las
comparaciones, sobre todo si son constantes, lejos de alentar al niño a
cambiar, suelen causar desánimo y competencia. Cada uno de tus hijos es único,
por ello la comparación es en vano y sólo facilitará las peleas entre ellos.
Respeta sus diferencias: cada uno es especial. Para consolidar una saludable individualidad en tus hijos, trátalos como lo que son, únicos. Dedícales un tiempo exclusivo a cada uno, en el cual puedas compartir sus alegrías, intereses o miedos. Adapta tus expresiones afectivas, discurso y estilo a las necesidades de cada uno de tus hijos.
Los niños con los hermanos aprenden que no son “el centro del Universo”, aprenden a querer y dejarse querer sin tendencia a la posesión. Conocerse a sí mismos, sus talentos, aptitudes y límites. Aprenden a conocer su personalidad y su manera de reaccionar en determinadas circunstancias. Construir relaciones con los otros: Aprenden a respetar el turno, a comprender el punto de vista de la otra persona, a calibrar el efecto de las palabras y a medir sus fuerzas y la de los otros. Se entrenan sin saberlo para cuando, en un entorno social más amplio, necesiten utilizar esas mismas habilidades. Hacer concesiones, negociar y controlar su agresividad. Que a veces “se peleen con puños y agresiones” no significa que este comportamiento siempre vaya a ser así en el futuro sino que, como consecuencia de esas mismas confrontaciones, irán aprendiendo nuevos mecanismos para controlar su impulsividad.
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